viernes, 29 de mayo de 2009

Consideraciones en Frío (Willkommen in Deutschland, 2003)

La obscuridad en estas madrugadas de otoño se vuelve intoxicante, e infunde a mi soledad y a mis versos un aire cansado y taciturno, tornando el movimiento de mi pluma cada vez un poco más torpe, cada vez un poco más mediocre. En el silencio que todo lo domina, que todo lo envuelve, son siempre las mismas palabras las que rebotan en las paredes de mi cabeza, haciendo monótonos todos los días que pasan sin pasar. Y mientras el tiempo se disfraza engañosamente de semana, cambiando sin sentido el nombre de los días, yo tengo la sensación de estar estancado aquí, atrapado en un “No sé dónde”, en mi “Hasta cuándo?”.

Con poca esperanza aguardo el día en que se borre su nombre de mis labios, confiando en que el frío que paulatinamente se va haciendo más intenso recubra su memoria con un susurro de bruma, con un silencio de hielo que termine por quebrarse y que, ya en añicos mudos e irreconocibles, se derritan en tintas de colores diferentes a la que hoy garabatea mi indolencia sin más afán que desdeñarla y suprimirla. Aún no sé, a ciencia cierta, si dicho acontecimiento se adaptará al ciclo natural de las estaciones ni si estoy listo para pasar un invierno tan frío, por fuera, por dentro, luchando contra las fantasías que en mi necedad sublimé en recuerdos de mil eventos no sucedidos, mintiéndome sólo para no tener que afrontar un cambio tan radical, como lo es el exilio, en desafortunada combinación con otro aún más atroz, como lo es el desamor. Pero ni los malgastados embustes de una psique tan cobarde y primitiva como la mía pueden prevenir, mucho menos evitar, lo inevitable; tan es así que bastó con ver las primeras hojas marchitándose a finales de septiembre, para que el mismo proceso comenzara a pudrir los velos con que pretendí cubrir la verdad de mi situación. Hoy no me queda más que enfrentar lo que conscientemente ignoré con un fingido estoicismo y una verdadera y bien merecida resignación. Este es el castigo que me corresponde por haber fingido saber que ella me amaba, y no me queda más que el cínico consuelo de esperar que a ella también le toque purgar una penitencia semejante por haber fingido que no lo hacía. Pero, de nuevo, mi supuesto consuelo se funda en una más de las pusilánimes artimañas de mi mente para hacerme sentir mejor, para amortiguar mi caída con la punta de una espada. Seguiremos callando… Seguiremos cayendo, hasta que llegue la primavera.

De momento el sol se ha vuelto perezoso y tímido, despertándose más tarde, acostándose más temprano y escondiéndose, cuando sale, detrás de cuanta nube y cortina de lluvia encuentra a su paso. Esto para mí es muy grato, puesto que siempre he preferido el gris y el negro, la luna y las estrellas, el “chipi-chipi” que se cuela entre el silencio de los hombres. No sé si sea una asimilada, exagerada pose de la adolescencia, o legado de mi insipiente nostalgia por el Romanticismo, pero sea cual fuere la razón, hoy disfruto enormemente estas tardes y estas noches. Y digo “disfruto” y no “me alegro”, ya que gran parte del encanto de este clima y esta ausencia de luz es que fungen como alimento para la lánguida tristeza de que me gusta acompañarme de cuando en cuando, y que le da, creo yo, un peculiar sabor dulce-ácido a mis días. Aunque esto resulta en la antítesis de mi preciada y frívola colección de lentes de sol, por obvias razones, afortunadamente todavía se cuelan algunas tardes, algunas mañanas, en que hay unas pocas horas de luz para satisfacer los impulsos de la vanidad, para darme mis ínfulas de gente “In”.

Pero si hay que elegir, que vengan las tormentas. Entre el cabrón y la víctima prefiero, casi siempre, la segunda.

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