viernes, 29 de mayo de 2009

Carrera (Desvarío Juvenil, 2001)

En la brevedad de estos 20 años, y digo breves no porque se hayan pasado como agua, sino porque sería en exceso presuntuoso pensar que eso es mucho si se toman en consideración la cantidad de años que han vivido personas aún más miserables que yo, he llegado a escuchar muchas veces aquello de que “lo que no te mata te hace más fuerte”… increíble es la cantidad de cosas que escuchamos por la vida y tomamos tal cual, por ciertas e infalibles. No es sino hasta hoy que me doy cuenta de que en realidad, a pesar de que “lo que no te mata te hace más fuerte”, es lo que te mata lo que te mantiene vivo, lo que te hace más fuerte. Una explicación sería, tal vez, lo más pertinente en este momento: si en determinado momento de nuestras vidas nos sentamos a mirar hacia afuera, podemos darnos cuenta de que las cosas avanzan, se mueven de un lado al otro, de manera independiente las unas de las otras; así pues, podemos concluir que las cosas son igualmente independientes de nosotros… las cosas y las personas. Una frase que también escuché hace tiempo ya, y recientemente de nuevo, fue aquélla, maravillosa por lo aterradora, que dice que “nadie es indispensable”. Tal vez suene absurdo, pero no es vergonzoso para mí, decir que perdí mi ingenuidad a los 20 años… o eso parece. Otra explicación: aquella última oración o, mejor dicho, pareja de palabras, me parecía una necedad en todo momento que la oía; ahora sé que es cierto. Las cosas, la gente, el tiempo, las ideas, todo sigue adelante, con o sin nosotros. La trascendencia está reservada para un limitadísimo número de personas, para aquellos que hacen historia, de quienes, además, lo que trasciende no es más que el fantasma creado por una sarta de mitómanos idólatras para quienes resulta lo más normal, o, tal vez, lo más apropiado, desgraciar la escencia de un hombre o mujer para hacerla un modelo casi caricaturístico. Esto me lleva a dudar de la inexistencia de Clark Kent… o de la existencia de Jesucristo.

¿A qué tantas vueltas? Pues bien, quería decir que es lo que te mata lo que te hace más fuerte, es ese olvido, esa dispensabilidad, esa existencia desechable, reciclable, sensurable, esa muerte lenta en la mente y los corazones de las demás personas lo que nos hace seguir adelante, lo que nos fortalece. Pánico es la palabra. La vida es miedo, miedo a cesar de existir, miedo a desvancerse en la penumbra de un mundo saturado y a la vez carente de tiempo, un tiempo que no perdona ausencias ni distracciones. Es el tiempo, si no es que intervenimos, el que eventualmente nos mata, el indiscutible ganador de esta carrera por la trascendencia. Entonces el miedo, la vida, es lucha y es carrera absurda, interminable, en la que nos relevamos unos a otros sin parar y sin sentido alguno. El espacio que ocupamos, el aire que respiramos ya lo ocuparán y lo respirarán miles más. El tiempo que pasamos aquí se olvida, se queda atrás, con prisa, sin posibilidades de buscarlo en recuerdos de vidas ajenas, de vidas, dispensables todas ellas, que se cruzan tarde o temprano con la nuestra y que terminaremos por hacer a un lado para evitar el estorbo, saltar el obstáculo para seguir probando suertes contra el tiempo. ¿Y todo esto para qué? Para nada, para vencer al invencible, para contradecir al infalible, para amarrar al intangible.

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